DANIEL BORASTEROS - Madrid - 11/06/2011 EL PAIS
Hugo tiene tres años y, se supone, un cierto retraso intelectivo. No se nota. Hugo es chino. Tiene los ojos rasgados y la mirada viva. Lleva solo dos meses en España y se maneja bastante bien con lo que importa del idioma: "Barco, playa, zumo, yogur, no cole, fideos". También dice otras muchas cosas y se mueve continuamente, sin excluir las zonas peligrosas. Algunas palabras las dice en un idioma desconocido que no se sabe si es que se lo inventa. Sus padres, Paloma y Quique, sospechan que se las saca de la manga y que "sabe que nadie le entiende".
Los tres son parte de un programa llamado Pasaje Verde que facilita la adopción de niños chinos "con dificultades especiales". Una labor llevada a cabo por la agrupación ACI (Asociación por el Cuidado de
La espera para un proceso de adopción internacional en China por la vía ordinaria es de cerca de cuatro años. Se deben pasar varios exámenes de idoneidad que elaboran psicólogos y trabajadores sociales. Y papeles y más papeles. Para el Pasaje Verde también son necesarios, por supuesto, los certificados que da
La idea surgió en octubre del año pasado. Esos niños no pueden salir de China si no tienen unos informes médicos previos. Pero en esos orfanatos, muy grandes, con cerca de 600 menores por lugar, no hay grandes recursos para hacer esos chequeos. De tal modo que el Ayuntamiento ofreció a cinco pediatras y tres enfermeras para que viajaran con la gente de ACI y elaborasen ese primer examen. Se les pesa, se les talla, se les mira los oídos y, en definitiva, se les hace un examen pediátrico convencional. Después, una vez llegan a España, ya las familias de adopción los llevan a los médicos que corresponda. Daniel, el mayor, tenía como gran problema de salud que le faltaban varios dedos de las manos por un accidente. Otros chicos tenían labio leporino o leves dolencias cardiacas.
El proyecto se hizo en la provincia de Chongqing, con 31 millones de habitantes y tres orfanatos que distan más de cinco horas en coche unos de otros. Paloma recuerda muy bien el primer momento de ver a Hugo. Ya había llorado todo lo que había que llorar y "estaba mentalizada por su retraso". Pasó una semana en la provincia junto a un trabajador de ACI que le facilitó todo el papeleo. Después permanecieron otra semana en China antes de regresar a Madrid el pasado mes de abril. "Se nos salía el corazón por la boca", dice mientras acaricia al niño, que no se está quieto.
La adaptación de Hugo es excepcional. Lo normal es que los niños tengan miedo. Sobre todo a cosas cotidianas, como la bañera o las toallas. También a los gestos de afecto. Están bien tratados, dicen en la asociación, pero son muchos y no están especialmente estimulados ni sienten la cercanía de adultos con frecuencia.